Como empezar como escribir, algo, que se ha de vivir. A los que le suene la metáfora, sonrisa puesta y boca callada, a los que no mucha atención, empieza la acción. Ahí estoy yo volando cual Canario alto y lejos. Porque así es como se consiguen los sueños, sustituyendo el alpiste y una caja concurrida por libertad y autonomia. Desprenderse de lo cotidiano, de lo mundano, romper con los malogrados estereotipos y lanzarse al vacio, nos da la opotunidad de construir "algo nuevo". Pero porque Australia, se preguntaran algunos, ¿porque 20,000 kilómetros para lanzarte al vacio teniendo el puente de Silva tan cerca? Ciertos vínculos carecen de lógica, y lo que me hizo terminar en esta tierra es una maravillosa y agradecida incógnita.

Where does the magical attraction of Australia come from? Abordar esta pregunta es el objetivo de este blog


Odisea de un Canario

sábado, 19 de febrero de 2011

Port Lincon Adventure: Great Pointed and Sea Lyons





A mediados de Enero rumbo a Port linconl, un pueblo pesquero a 100 km de Adelaida. Considerado el mayor punto de avistamientos de grandes blancos de toda Australia, por su reserva marina de leones marinos, su principal snac. La falta de tiempo hizo que la aventura se limitara a un día, así que era cuestión de suerte que viéramos a esa escurridiza maravilla de los océanos. Partimos con los primeros rayos de sol, desde un puerto donde la pasada temporada del atún hacia acto de presencia con el incontable numero de pesqueros que yacían  en dique seco.


Eran las 5:30 am y  navegamos através de las calmadas  aguas de la bahía de Port Lincon hasta las Islas Neptuno, donde se rodo la película Tiburón. Cada milla que me acercaba a mi destino me acordaba del "tun tun tun tun " con el que los Patarrasa me aterrorizaban cada verano en las aguas de Fuerteventura, mientras sonreía al darme cuenta que, después de todo, sería el primero del linaje en vivir tal experiencia. Tras casi 3 horas de viaje llegamos a nuestro destino, las Neptune Islands, una reserva de leones marinos donde fondeamos. Una cálida bienvenida al son del chapoteo de las aletas de estos amistosos mamíferos fue el comienzo de una mañana única. Con este exótico engoo natural en el área era cuestión de aliño que los escuálidos aparecieran. Así fue, una vinagreta de atún, caballa y sopa de ventrecha era el reclamo que faltaba.  Y sin ir más lejos, me vi taladrando  cabezas y ventrecha de atún mientras el fatiga de mi compañero las arrojaba por la borda a la espera de atraer al mayor depredador del océano.

Solo hicieron falta 30 angustiosos minutos para divisar la primera aleta en la superficie. Y mientras esta atraía la atención de los australianos yo me ponía el traje como quien no sabía de qué iba la cosa para ser el primero en meterme en ese santuario metálico, una caja de 3x3.




De cabeza en la caja me bajaron junto a mi compañero a  cinco metros de profundidad. Un tubo de plástico prensado, era el único vestigio de conexión con el barco, la realidad, pues lo que estábamos a punto de vivir, era sin lugar a duda, un sueño.


El silencio  y el gorgoteo de la respiración fueron, durante los siguientes 5 minutos, los únicos protagonistas. Escudriñar en aquel desierto azul señales de un escuálido fue, sin lugar a duda, la parte más excitante. Como seria, que haría, que sentiría; creo que todos en aquella caja nos estábamos planteando lo mismo.  Un pequeño error en el homogéneo fondo azul captó por segundos nuestra atención. La agitación en la caja aumentaba por momentos. El punto se volvía cada vez más grande hasta que sin previo aviso se desvaneció como por arte de magia. La calma volvía, y la frecuencia del gorgoteo se ralentizaba. Las cabezas se declinaron como fruto de la decepción, cuando, para asombro de nuestros ojos, una inmensa sombra surgía de las profundidades, bajo nuestros pies. Con el cuerpo totalmente vertical ascendía a una velocidad teóricamente incompatible con la elegancia de sus movimientos. Su objetivo, varias cabezas de atún que hacían  de señuelo en la superficie.  A tan solo un metro de distancia de la caja y  prácticamente perpendicular a la superficie, vivir como semejante criatura hacia honor a su fama antes de atrapar su presa, fue sencillamente asombroso.



Tras esta carta de presentación, el curioso comportamiento de este animal, nos permitió disfrutar de su presencia otros 15 maravillosos minutos. La ecuación de ruido y cebo fue suficiente para que este tremendo depredador se pasara el rato dibujando círculos alrededor de nosotros, dándonos la oportunidad de disfrutar de esa imponente y elegante silueta.






 Una última imagen se grabo en mi retina, un oscuro ojo, una mirada capaz de descubrir los detalles de las profundidades, un momento que se vio interrumpido por el eco subacuático de dos repetidos golpes en el metal de la caja. Era tiempo de subir, despertar de ese sueño, para algunos una pesadilla, para mí, el mejor de los descansos.


Tras este primer dia, la vuelta al hostal fue en nube en vez de en barco. Una vuelta a tierra firme sin mediar palabra con mi compañero, cada uno estaba inmerso procesando las imágenes y guardando los recuerdos. La celebración en el barco no se hizo de esperar, y como ya mencione antes, la presencia de australianos justificó la presencia de cervezas. He ahí que me cuestione la etiología de mi sea-sickness al llegar a puerto,  aunque mi oxidado  ojo clínico me dice que fue el vaivén del barco  y no el vayviene de cebada. Aunque quien sabe…

 A la mañana siguiente nuestra segunda salida en busca de los amistosos leones marinos lo tenía bastante complicado, los grandes blancos habían dejado el listón muy alto. Embarcamos en el mismo pequeño puerto pesquero, a la misma hora, en el mismo tipo de barco, como si de un djavu se tratara. Aunque en esta ocasión el objeto de nuestra aventura era la interacción. Ya no nos conformaríamos con la pasividad de una caja metálica, queríamos acción. De nuevo navegamos al oeste hasta unos islotes al este de las Neptune Islands. Tan pronto como llegamos el sonido de los motores llamó la atención de estos curiosísimos nadadores que se acercaron sin temor alguno a darnos la bienvenida.



Fondeamos frente a una pequeña colonia de unos 100 ejemplares. Las hembras estaban de crianza, así que no se nos permitía el acceso al pequeño islote, además de por albergar las serpientes tigre, altamente venenosas. Así que permanecimos en aguas poco profundas, en las cercanías de la colonia y fuera del alcance de nuestros anteriores visitantes, los escuálidos. Con cámara en mano, mascara y las aletas dispuestas nos lanzamos de cabeza a su encuentro.  De nuevo mi compañero y yo fuimos los primeros en mojar el wet-suit y tras tan solo un par de aletazos presenciamos la repentina excitación de un grupo de jóvenes machos que empezaron a saltar fuera del agua y dar vueltas a nuestro alrededor.




















Sinceramente, tras ver esto, entre en trance. Empecé a dar vueltas en el agua, bajar y subir, hacer flip-flops y tal fue mi asombro cuando descubrí que estos inteligentísimos animales imitaban mis movimientos.



Especialmente un macho adulto, con el que pase prácticamente la siguiente hora y media que estuve en el agua. Daba igual lo que hicieras, ellos lo hacían igual y mejor. Si hacías una apnea y te colocabas entre las algas del fondo boca arriba el llegaba y me copiaba. 


 Las limitaciones de unos pulmones humanos me hacían retornar a la superficie cada varios minutos. Tras hiperventilar tan rápido como podía volvía al fondo, la magia, la tranquilidad y la compañía me atraían a pesar de estar exhausto.




Una de las pocas veces en las que sientes que estas en el momento exacto y en el lugar perfecto.

sábado, 29 de enero de 2011

Divisando Xmas time





Desde bien entrado Noviembre el atuendo de una ciudad en pleno verano se tornaba rojo navideño. Una  extraña combinación para mis sentidos. Puede que compararlo con el monótono y confortable clima canario, aseverara aun más el contraste. Para la mayoría de los situados al oeste del trópico la Navidad se asocia con días cortos, frio intenso, comidas copiosas y cenas ostentosas pero sobre todo, reencuentros con amigos y momentos en familia. Por este hemisferio, sin embargo, los días parecían no tener intención de terminar, los juegos con el vaho en la ventana de la habitación se sustituían por siluetas en la arena de la playa de Bondi Beach y las cenas en familia por barbacoas con amigos. Las grandes fechas se acercaban; Christmas day,  Boxing day  y New Year Eve y aunque conseguí trasladar la nostalgia a un segundo plano, quise que algo de lo tradicional hiciera acto de presencia.


Christmas dinner. Una cena al más puro estilo Patarrasa con aliño de Atalaya y de postre un Santa más tiznao que de costumbre. Amigos de todas las nacionalidades se convertían por una noche en el sustitutivo familiar ideal. Una montaña culinaria a base de aportaciones gastronómicas de los 8 países que esa noche nos reuníamos bajo un mismo techo. Ante la falta del turrón, un buen aporte de zumito de cebada y fermento de uva. Para la tradicional guerra de petardos, una buena dosis de música. Y ante el calor familiar, 15 personas en un salón de 5 metros cuadrados son…mucho roce y mucha calufa. Todo ello acompañado de buen humor pusieron la guinda a una noche que antes los ojos mas exceptivos parecería anodina, ante los míos, única.


El Boxing day es el día 26, para los que no les suene, mi cumpleaños. Y para los que no conozcan la tradición pues no es propia de nuestra tierra, aquí les resumo. El Boxing day es una festividad propia del imperio Británico, y aunque su origen no está claramente establecido, se remonta a la Edad Media, cuando las clases nobles tras el día de Navidad daban cajas con regalos y comida a sus sirvientes. Era por tanto el día de los currantes, de ahí mi oportuno nacimiento, para que luego digan las malas lenguas; lo de currante, lo llevo escrito en la sangre y en la historia. Sin lugar a duda, he de reconocer que fue un cumpleaños peculiar. Me levante pronto para aprovechar las tempranas olas de la mañana. Un sencillo día de surf con los típicos compañeros de fática salina. Cuando las fuerzas menguaron,  la memoria dejó de recordarme el día que era para recordarme la jalla que tenia, así que recogimos  y remontamos Bondi para hacer lo más histórico de la cultura aussie, lo más tradicional: la barbacoa. En ese momento pensé: “no hay nada mas australiano para celebrar tu cumpleaños que un día de surf,  y una buena barbacoa” Bajo mi asombro terminé la noche soplando una cerilla improvisada en medio de un melón. Quizás fuera la espontaneidad, el no esperarme nada de ese preconcebido trivial cumpleaños lo que intensificó la simpleza del detalle.


















Y por último el 31.  La familiar cena en ca´Lonsoso disfrazó de glamuroso coctel en uno de los restaurantes más selectos de los alrededores del Harbour Bridge. Por primera vez en la historia de los 31 no iba a ser el complacido sino el complaciente, vamos el currante (véase etimología: Boxing Day). Este hotel se encontraba especialmente bien situado para la ocasión, haciendo esquina entre el Harbour Bridge y la Opera House, lo que me permitiría ver los famosos fuegos artificiales de Sydney desde tres perspectivas diferentes. Lo único que faltaba es que me asignaran el ático, una terraza al aire libre suspendida sobre el puerto y que albergaría a sus huéspedes más selectos. Una tarea que para los ojos más realistas parecería imposible, pues llevaba trabajando nada más que 3 semanas. Una simple tendencia al Broncospasmo tras exposiciones prolongadas al frio del aire acondicionado me hizo subir con las espuma o fue quizás el ascensor hasta mi objetivo.
La noche trascurrió con normalidad. Copas, movimiento, copas, movimiento. Era una rutina que solo se vería interrumpida  por un descanso para comer. Y sin prácticamente ni imaginármelo, me vi con un plato de comida en la mano, cenando en la escalera de uno de los repisos traseros del hotel con la compañía de incontables espectadores ansiosos por ver los fuegos al otro lado de la ventana.  Un especial mensaje en ese mismo instante me hizo mirar atreves de la ventana como intentando escudriñar lo que vivía mi gente al otro lado del trópico. La imaginación hizo el resto y los fotogramas de los momentos vividos en ese 6º piso de la fuente luminosa se dispusieron a modo de presentación en mi cabeza. Eternas secuencias de fotos con la familia y los amigos, que cada año resultaba un suplicio bien necesario, se convertían por instantes en una entrañable rutina. Superado el flashback nostálgico, el anuncio de la entrada al 2011 fue la bofetada de realismo que necesitaba. El ático se paralizo por casi 20 min que duraron los fuegos y disfrutamos de un espectáculo que me dejó atónito. Combinaciones de colores, formas imposibles, y sonoras secuencias que parecían hacer música. Las cascadas de lava desde el Harbour Bridge fue lo primero que el 2011 grabo en mi retina y en mi recuerdo. Esta maravilla pirotecnica cerro el capitulo laboral para dar paso a un bien merecido crucero que puso la guinda a un fin de anio intenso. Un fugaz destello de mi paso por una gran ciudad.

Una mañana en Sydney





Las mañanas son sin lugar a duda uno de los mejores momentos del día. Si ya sé que más de uno se estará llevando las manos a la cabeza, pero es cierto.  Cuando la motivación y el ambiente lo permiten las malas costumbres se solventan con facilidad. Parece que las malas legañas, los eternos desayunos silenciosos y tener menos energía matutina que una pila Hiperdino se quedaron en la isla, en la otra isla. Levantarme a las 6 am con mi compañera de piso aussie, desayunar lo improvisado en nuestra concurrida  cocina y decidir sobre la marcha: surf o running; se ha convertido en el pan de cada día. Las mañanas en las que el calor hace acto de presencia son más propensas al running por el costal walk. Caminamos 5 minutos hasta el Weverley Park mientras escuchamos el graznido de un sinfín de pajarracos. Periquitos, inseparables, Cacatúas y loros... (Ahora me resulta curioso que alguien pague en España 1500euros por uno de estos cuando por 1100 tienes un billete de ida y vuelta a Australia y aquí los coges gratis…rentabilidad señores, rentabilidad sin mas)

Mi flatmare Pancho esperando en mi ventana su dosis de glucemia
Sin lugar a duda, de entre ellos me quedo con el que he bautizado como el “descojonao”. Es un pajarraco estofado a modo de búho que hace las veces del gran conocido “palomo buchúo” del San Telmo. Hace gran honor a su nombre pues su graznido es un puro descojones, valga la redundancia. El running comienza y nos dirigimos calle abajo hasta Tamarama Beach donde nos esperan 500 maravillosos escalones en dirección al costal walk. Lo bonito de ir bajarlos es ir pensando en subirlos, eso te envuelve en un total sentimiento de incomprensión…pero que co—hago corriendo a estas horas. Sin embargo cuando llegas al costal-walk es un vago recuerdo. Con suerte habré dejado atrás a mi compañera aussie porque me recuerda a mi ex compañero de fatiga, una paliqueadora empedernida. Ya puede estar arrastrando las chicken breast, echando el hígado por la boca y desfalleciendo por el camino que sigue sacándome tema de conversación. Así que empiezo a disfrutar como un enano  bordeando la escarpada geografía australiana, con la fresca amenizando el sufrimiento y con el amanecer escandilando no solo mi vista sino también mi imaginación.

Tras 5 kilómetros de maravilloso sufrimiento llego a la bahía de Clovelly bay. Se ha convertido sin duda en mi lugar preferido. No puedo evitar correr hasta bien entrada la bahía y pararme para disfrutar del amanecer a pie de mar aunque solo sea por unos minutos. Los rayos de sol penetran a traves del imponente acantilado que recubre la bahía iluminando en su profundidad una veintena de barcos de madera. Los mismos rayos se proyectan sobre la facticia calma de un mar que parece pactar con el amanecer una tregua durante unas horas. Con este marco, respiro profundo le doy la espalda a esta maravilla de la naturaleza, y sonrío, pues todavía me quedan otros 5 kilómetros de merecido disfrute. El camino de vuelta se torna más vistoso, el calor de la gente que ha empezado el día con energía e ilusión acompaña mi zancada. Parece increíble que tanta gente coincida en el mismo lugar, en el mismo momento, con el mismo fin. Mi olvidada escalera vuelve a mi recuerdo así que trago saliva y acorto el paso. 500 repetitivos amigos me dan la bienvenida durante unos 3 eternos minutos de subida. En la cima me espera mi australiana al son de las palmadas y el go go go!! El resto del camino de vuelta, subiendo Bondi road es un incesante encuentro con surferos que se dirigen hacia Bondi beach y es cuando pienso, mañana me toca a mí.

Las mañanas con la tabla y el neopreno están hechas de otra pasta. No sé qué es lo que tienen, puede que la magia de un estilo de vida, o puede que ver el momento desde una perspectiva diferente. Sea como sea verme de camino a la playa en cholas, con el neopreno y mi tabla me despierta tanto que no puedo evitar correr los últimos 200 metros, como si no fueran a quedar olas cuando llegara. El amanecer sentado en la tabla, mirando al horizonte es un momento único en el día. Es el motor que te hace remar una izquierda aunque sepas que no te vas a levantar, aguantar la respiración mientras haces la lavadora, remontar durante 10 sufridos minutos, evitar pensar que la compañía de los surferos no es la única que compartes sobre  el agua o bajo ella, aguantar las embestidas de un mar que con su furia te enamora. Una vez en el agua, el concepto del tiempo se pierde y durante aproximadamente 1 hora y media solo estoy yo y mi barca.

miércoles, 5 de enero de 2011

Primeros pasos




Pues ahí estoy yo, concretamente en la zona de Bondi. La primera semana la pase en plena guerra  backpacker por conseguir alojamiento en la maravillosa zona de Bondi Beach. El verano acechaba y los aussies se mudaban a la playa, el tiempo de surf había llegado para algunos, para mí de momento no. El estilo de vida que me imagine a priori quedaba todavía bien lejos. Sustituir la tabla de surf por una mochila y las tardes en la playa por caminatas eternas en búsqueda de piso socavaban mi entusiasmo.


Al más puro estilo Mencey, con piedra y naife en mano, me recorrí sin transpirar ni gota las calles de Bondi visitando cuantas casas la velocidad del paso canario permitía. Dejando atrás surferos de 200 kilos, jonkis, asiáticos psicóticos volvía todas las noches a ese aciago cuchitril en el que irlandeses, ingleses y demás anglosajones me recibían con una al son del clic de las chapas de cerveza  Australiana. Pero de momento, solo de momento, tampoco era tiempo de cervezas, aunque confiaba en que lo fuera pronto. Siete sufridos días más tarde encontré por causalidad que no casualidad un piso. Habitación individual, en el corazón de Bondi,  y con una aussie, ideal para mejorar mi inglés.  Podría poner punto y final a este pequeño capitulo, pero sé que algunos harían una falso remake de la historia, así que mejor la cuento yo. Cojan rama o asiento porque la divagacion comienza.

Una pequeña reflexión filosófica para ponerlos en contexto: Ya Freud definió la personalidad como el conjunto de  las “mascaras” que usamos en el día a día, para relacionarnos con nuestros congéneres, para conocer gente nueva, para parecer buenos ante los ojos de las normas sociales.


ya se que me voy por las ramas, pero todo se pega

Pues bien, ante lo desesperado de la situación, la escasez de pisos y los precios desorbitados, encontré un anuncio en internet que requería una nueva mascara durante un tiempo prudencial. Sinceramente no sé que me hizo fijarme en ese anuncio, sin fotos ni detalles de lo que incluía. Un simple texto malogrado, escueto y a la vez directo que decía “looking  for a girl or gay”. Gay, gay, gay, la palabra se repetía en mi cabeza, tantas veces como pisos había visitado. Y pensé; “si busca a un gay seguro que esta buena”, son bromas, pero sí que me vino a la mente un dicho muy recurrido por mis habladurías y que pocas veces pongo en práctica: “sin riesgo no hay beneficio” Aunque claro está que llegar a un continente nuevo, donde eres un libro en blanco y un blanco fácil para las etiquetas, y poner en duda tu sexualidad era un riesgo demasiado alto. Pese a todo llame. Sin darme cuenta pero sin vacilar ni un instante me vi diciéndole a una australiana, por teléfono en el medio del pasillo repleto de féminas backpackers, que no solo era gay sino lo siguiente. La sonrisa entrecortada por los nervios o la posibilidad remota de encontrar definitivamente casa no me la quito nadie en los siguientes 15 minutos. Al siguiente día me presente en el piso, tras cerca de una hora de entrevista me volvió a preguntar. Era hora de quitarnos esa mascara antes de que fuera demasiado tarde. Dos días más tarde el piso era mío


Con el ancla del piso bien fijada solo era cuestión de tiempo que los pequeños placeres de la vida Australiana llegaran. La primera cerveza, la primera visita a la ciudad y los primeros momentos con compañeros de todas las partes del globo iban llegando. El estilo de vida que había dibujado en mi mente antes de embarcarme en esta aventura iba cobrando forma paso a paso.


El surf se hizo de rogar hasta bien entrada la tercera semana. Hablar de bondi y hablar de surf es prácticamente lo mismo. Desde el primer día no me canso de ver surferos caminando descalzos solo con el neopreno y la tabla desde sus casas hasta sus hogares, el mar. No hace falta nada más para disfrutar el momento, y eso me encanta...a mí y al Papilomavirus. La playa tiene tanta gente fuera como dentro del agua. Es imposible contar el número de surferos que cada día acuden a su cita con las olas. Se dejan de lado las complicaciones, todo se simplifica hasta el punto de hacerlo hermoso. El surf es el corazón de Bondi. Representa el buen rollo, la pasión por la naturaleza y el estilo de vida de una ciudad con vida propia.  Me contagie de esa fiebre desde que aterrice en Sídney y con la playa a 15 minutos de casa pedía a gritos una tabla de surf. Aunque sustituí lo de surcar la superficie por visitar los fondos de arena, hacer la lavadora submarina y captar insistentemente la atencion de los Bondi Life gards.



Ver las puesta de sol de Bondi Beach sentado en la tabla mientras el vaivén de las olas embelecía los sentidos era la bofetada que necesitaba para darme cuenta que estaba en Australia.



Una idea



Ahi estoy yo, en medio de la nada, rezando para que esa nada me inspirara. Sentado bien entrada la noche en Bondi Beach la brisa marina acariciaba mi cogote, las “seagulls” irrumpian mi cena y la tranquilidad del momento. Un par de historias esperando en el tintero por miedo a ser olvidadas fueron el fruto de una acertada divagación "Compartir con mi comunidad Canaria estos momentos debía ser una prioridad”




Asi que resacado por el jet lag, desorientado, ansioso de aventuras, expectante del futuro y seguro del pasado me prometí inmortalizar todas y cada una de entre las hordas de historias que me esperaban.

Explicar porque yacía sentado en uno de los tradicionales bancos del Coastal Walk a medianoche podría ser fruto de la divagación y el romanticismo, pero digamos en pro de la verdad que le encontré a Alonso un noble competidor entre los 8 compañeros de habitación con los que “compartía” descanso  en el backpaquer. Así surge el Ablognso or thinking of blogging para los estrombóticos.